Cualquier acto de retrato conlleva complicidad, ya sea implícita o explícita. El retrato es, por naturaleza, una práctica colaborativa. Retratada y retratista deben participar. Ambas revelarán algo de sí mismas, y ambas ocultarán algo también, entre ellas, sí, pero aún más ante nosotros, los futuros espectadores. Pero la agencia que necesariamente entra en juego en los actos de retrato, aunque compartida, no es necesariamente igual; ni tampoco lo es —aunque exista consentimiento— el grado de revelación. Lo que sí es necesario —o al menos, lo que es seguro— es que, al final, una de las partes reclamará la autoría, mientras que la otra reclamará una mezcla de subjetividad y objetividad, cuyas proporciones están por determinar. Tal es la naturaleza predeterminada de esta transacción: que es indeterminada






























